11/13/2016
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OPINIÖN:::Sentarse frente a una página en  blanco con la obligación de llenarla puede ser una tarea cómoda o no. Depende de muchos factores, como el cansancio mental o el desinterés por los temas tantas veces vistos, oídos y manoseados.

Puede influir esa autocensura que acompaña a un ser humano cuando tiene miedo a enfrentar a grupos de poder o a que lo llenen de las críticas que implica  encasillarlo en una corriente opuesta al segmento que cuestionó.
Ese temor lleva incluso a sostener una posición en privado y a variarla en público,  para no estropear la imagen que hemos vendido o para no perder beneficios adquiridos al quedarnos callarnos,  sin entrar en conflicto con ningún bando.
Asumir una postura de no confrontamiento tiene sus pro y sus contra. Ayuda a estar bien con todo el mundo (por un tiempo, ojo) y a granjear simpatías.
Pero convierte al ente en anodino, incapaz de emitir opiniones certeras sobre nada, para no desencajar. O lo que es igual, lo vuelve una cosa.
El asunto no es ir por la vida en una constante riña con todos. Es saber fijar y defender criterios, aunque eso conlleve desatar iras.
Es posible  estar de acuerdo con dos segmentos opuestos en circunstancias diferentes, sin que eso nos haga parecer veletas.
Es igual de válido no estar de acuerdo con ninguno, sin que eso nos convierta en intratables y aun más, es posible no estar de acuerdo y reconocer la valía del que sustenta una teoría y todavía más, ser amigos. Porque eso abarca el respeto a las diferencias.
Lo que nunca será factible es estar de acuerdo en todo momento con Dios y con el Diablo, salvo que esos dos personajes zanjen sus diferencias y a lo mejor ni así es viable siempre apoyarlos y esto tampoco es reprochable.
Lo que sí es censurable en un individuo es dejar que el miedo, disfrazado de mil razones, permee su existencia y lo convierta en un ser digno de asco.

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